Cambio horario.

En estas horas de apatía laboral que siguen a la sobremesa, sentado cabizbajo frente al monitor, intentando con todas mis fuerzas que parezca que trabajo, podría hablaros del número de vueltas que di anoche en la cama antes de conseguir conciliar el sueño, del horripilante sonido del despertador agujereándome el oído esta mañana o del mar humor que se apoderó de mí cuando miré los amenazadores números avisándome en la oscuridad del inicio del nuevo día. Podría.. Podría incluso echarle la culpa al cambio hora que sufrimos el fin de semana, tan desconcertante como un jet lag, sobretodo cuando el movimiento se cuadra hacia adelante. Pero no voy a hacerlo. Supongo que a todos nos habrá ocurrido algo parecido.

Y sin embargo no puedo dejar de preguntarme a quién beneficia el cambio horario, porque a mí, lo que se dice a mí, pues va a ser que no... El viernes cuando me levanté para ir a trabajar ya era de día. No me hizo falta encender ninguna luz, sólo con levantar un poco la persiana del dormitorio tuve suficiente para vestirme. Esta mañana aún era de noche cuando me desperté. Tuve que encender las luces durante casi una hora para no disfrazarme de cortesana. Esta noche, cuando salga de trabajar, llegaré a mi casa y también será de noche, así que encenderé las luces de nuevo. No le veo ventaja alguna, más bien al contrario. ¿Ahorro energético? Y una mierda. Aquí los únicos que ahorran son los de siempre... y a costa nuestra.

Fotografía: Alickf