
Ahora que me da igual si fueron rumanos, neozelandeses, españoles o los antiguos pobladores de la atlántida los que se colaron en mi casa, no dejo de pensar en que me robaron. No se llevaron mucho, las cuatro cosas de valor que puede almacenar en unos años un mileurista. Lo peor es la sensación de sentir tu intimidad violada, tu vida desperdigada por el suelo, tus recuerdos en manos extrañas. En un segundo la paranoia se instala en tu cerebro. ¿Me vigilaban? ¿Contralaban mis movimientos? ¿Lo seguirán haciendo ahora? Da miedo. Lo que hasta ese momento era tu refugio se convierte sin avisar en la boca del lobo. ¿Por qué a mí?
Mi suerte no parece estar muy fina últimamente. Después de que me destrozaran la ceja hace unos meses pensé que ya estaban próximos los buenos tiempos de los que hablan algunos, pero me equivoqué. Así que de momento, como reza el nuevo título de este artículo, relajaré mi esfínter e intentaré disfrutar lo que me viene.
Gracias por todo Isa.
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