Es imposible ponerse del todo en la piel de los habitantes de un país cuya única expectativa es la desesperación, verse condenados a la inanición o a ver languidecer a sus hijos. Nosotros, como tantas veces, nos limitamos a ver los toros desde la barrera, seguros de que no nos salpicará la sangre. Si nos ponemos más dramáticos, y en otros términos, la deuda que contrae el amo con su esclavo es infinita, y a éste, despojado incluso de la posesión de persona, no se le puede echar en cara lo que haga lleno de furia. ¿O es que alguien viendo Espartaco se pone de parte de los romanos? (Bueno, me sé yo de algunos que...) ¿Quién puede decir nada a los que están desposeídos de todo y ya nada tienen que perder? ¿Quién puede juzgar a un ilota que se vuelve contra su amo?
Como siempre en estos casos, me acuerdo de Walter Benjamin y de su "Sólo de los sin esperanza nos podrá ser dada la esperaza". Cuando a él se le acabó y se vio acorralado, abrió la puerta y se fue. Pues eso: desde el Primer Mundo, desde la cima de lo que osamos llamar Civilización, los que menos nos esperamos nos vuelven a dar un poco de esperanza.
SuperSantiEgo | La realidad Estupefaciente
Extraído del excelente artículo Venezuela: La pesadilla de la democracia
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